Gente en alta energía
Por José López Guido
Por José López Guido
Todos los seres humanos por lo regular buscamos nuestro bienestar. Ya que instintivamente huimos del sufrimiento y buscamos lo que nos proporciona seguridad y placer. Así obtenemos satisfacción. Únicamente que al tratar de alcanzar esa satisfacción por lo regular dañamos a otros. Es común que, al procurar los propios intereses, olvidemos los intereses de los demás. Esto mismo sucede en los otros reinos de la naturaleza: el pez grande se come al pez chico, así mismo la planta más hábil se estira y toma la luz haciendo sombra a sus vecinas.
En esta lucha instintiva todos participamos, resultando algunos perjudicados y otros beneficiados. En esta pelea cada uno busca todo cuanto le procure bienestar y lo aleje del sufrimiento. Cada uno tiene diferentes requerimientos, aunque por lo regular todos coincidimos en cuanto a las mismas necesidades: salud, paz interna, pareja, aceptación, buenas relaciones, trabajo, ingresos económicos, etc. Luchar por obtener lo que uno desea es un impulso instintivo natural y gracias a el estamos vivos. Únicamente que, sobrevivir sin dañar a otros, requiere cierto grado evolutivo. En esto coinciden todas las religiones “Trata como quieres ser tratado”, “Lo que envías regresa”, “Con la vara que mides, serás medido”, “El fin no justifica los medios”, etc.
En la lucha cotidiana vivimos en un continuo estira y afloja, todo mundo trata de sacar mayor provecho, no solamente en el trabajo, sino en cualquier área y además de procurar lo mejor para sí, tenemos la necesidad de pasar encima de otros para reforzar nuestra autoestima.
Por otro lado, se menciona que el coraje y la ira son sentimientos curativos siempre y cuando no dañen a otros. Cuando estas emociones se llevan reprimidas en el interior nos destruyen. Mas si estas emociones son descargadas hacia otras personas también nos hacen daño, ya que, si lastimamos a otros, nos dañamos a nosotros mismos, pues: “Lo que se envía regresa multiplicado”. Esto funciona así, no porque lo menciono algún profeta o algún moralista, sino porque es una ley física y metafísica que se comprueba por sí misma y se puede observar en las diferentes áreas de la existencia ya que “Por el fruto se conoce el árbol”, es decir, los resultados en la vida dependen de la cantidad de amor o de odio que se tiene. Los parámetros de medición son la vida misma: ¿Cómo está la salud?, ¿Qué pasa en el plano emocional?, ¿Cómo van nuestras relaciones?, ¿Qué tal está la comunicación?, ¿Cómo fluye la economía? Si alguna de estas áreas, está afectada significa que tenemos resentimientos hacia alguien, aunque ese alguien podría ser uno mismo.
Como mencioné anteriormente, “Lo que se envía regresa multiplicado”, por ello las cosas están como están”. En la calidad de vida se puede advertir la cantidad de resentimiento que llevamos. Quien lleva un gran resentimiento, está en un proceso de autodestrucción y va perdiendo todo lo que le podría beneficiar. Esta es la medida de expiación que toma uno mismo. Es como una camisa de fuerza que se coloca el mismo individuo de manera inconsciente para no lastimar a otros. Dentro de cada uno de nosotros sabemos lo que está bien y lo que está mal. El juez y el verdugo es nuestra propia consciencia. En el momento que actuamos en contra de nuestros valores o programas maestros, sufrimos las repercusiones, que son las limitaciones por nuestra incongruencia. Los resultados que obtenemos en la vida, no dependen de las circunstancias, dependen de nuestras acciones. Si dañamos al entorno, nos vamos a sabotear, ya que en nuestro interior hay un ser bueno por naturaleza, formado a través de milenios de educación que nos han legado nuestros ancestros. Y si no atendemos los llamados de la consciencia, esta tomara medidas más drásticas como falta de resultados en lo que hacemos como son las enfermedades, o conflictos en las relaciones. Todos estos trastornos son llamadas de atención, que indican que estamos en un proceso de autodestrucción. Si no modificamos nuestras actitudes nos estamos precipitando hacia la muerte.
Quizá alguno de nuestros lectores podría decir: ¿Cómo es que alguien, que robo a otra persona se la pasa muy bien? El dinero no es todo. ¿De qué sirve tener dinero si se tiene una enfermedad incurable? O ¿acaso por tener dinero se vive en paz? En ocasiones vemos la vida desde afuera y creemos que todo marcha de maravilla. “Para conocer a Inés vete a vivir con ella un mes”, dice el dicho popular. No se puede saber lo que realmente sucede visto desde la distancia. Aunque por el fruto se conoce el árbol.
¿Bueno y qué hacer para tomar el control de la existencia? El primer paso es dejar de culpar a otros por lo que nos sucede. Ya que mientras sigamos señalando culpables nos estamos manifestando como incompetentes de tomar las soluciones en nuestras manos. Claro, culpar a otros es una postura bastante ligera, es como cuando alguien llega tarde a su trabajo y se le pregunta porqué lo hizo y contesta: que el semáforo estaba descompuesto, que los autos no avanzaban y que por eso llega tarde. Aquí al justificar esta negando su responsabilidad y en esta postura no se puede resolver nada. Las soluciones llegan en el momento cuando uno deja de culpar a otros. No podemos cambiar a la gente, ellos son como son. No podemos cambiar al mundo, el mundo ya es así. Pero sí nos podemos cambiar a nosotros mismos y servir de modelo educativo con nuestro ejemplo. El libre albedrío abarca solo al propio ser.
No podemos modificar a otros ya que no podemos ir chocando con todos. Querer modificar a otros, es admitir que el otro esta mal y que uno esta bien. Esta actitud es la que a originado las guerras. Los grandes cambios comienzan por un sujeto que se ha dado cuenta que el es responsable de si mismo.